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La convulsión es, en medicina humana y veterinaria, un síntoma transitorio caracterizado por actividad neuronal excesiva a nivel cerebral, lo que conlleva a hallazgos físicos peculiares como la contracción y distensión repetida y temblorosa de uno o varios músculos de forma brusca y generalmente violenta,[1] así como de alteraciones del estado mental del sujeto y trastornos psíquicos tales como déjà vu o jamais vu. Una crisis epiléptica que persiste por varios minutos se conoce como status epilepticus, mientras que la epilepsia es la recurrencia de crisis epilépticas de manera crónica.
Aproximadamente 4% de la población tendrá una crisis epiléptica no provocada antes de la edad de los 80 años y entre 30 y 40% de ellos[2] —o de acuerdo con un estudio, un 50% de los pacientes— tendrá una segunda crisis epiléptica.[3] El tratamiento efectivo puede reducir a la mitad el riesgo de aparición una nueva crisis epiléptica.[3] Los pacientes con epilepsia tienen un riesgo de muerte dos o tres veces mayor que el esperado en una población de similares características, pero sin epilepsia.[4]
El tratamiento de una crisis epiléptica es parte de la especialidad de neurología y el estudio de las epilepsias es ámbito de la neurociencia. Existen especialistas dedicados exclusivamente a la epilepsia en adultos y en niños, los cuales son llamados epileptólogos.[5]
Las crisis epilépticas se asocian a varios trastornos y enfermedades neurológicas, entre los que el más habitual y conocido es la epilepsia. Sin embargo, una excesiva asociación entre convulsiones y epilepsia puede haber llevado a que un 30% de los diagnosticados como epilépticos y medicados por ello no sean sino padecedores de un ataque concreto debido a la ansiedad (según la revista Neurology en su número 13).